lunes, 21 de septiembre de 2009

Árbol caído

En el jardín de casa, chiquitín, tenemos un magnífico magnolio. Lo plantaron los primeros que vivieron en ésta que ahora es mi casa hace más de 20 años. Como el terreno es amable y el clima benigno, estos años han bastado para que se convirtiera en un árbol de casi nueve metros de altura, frondoso y altivo.
Por circunstancias diversas, decidimos cortarlo... y este sábado pasado vino una cuadrilla y empezó la tala. Les observaba mientras trabajaba y no podía evitar sentirme mal. Veinte años de vida, aunque fuera vegetal, iban desapareciendo ante mis ojos con cada golpe de hacha que, sin pausa, iba recibiendo. Recordé cuándo nos mudamos aquí, con mi hijo mayor casi recien nacido... y él ya estaba allí. Luego vinieron dos bebés más, y él seguía allí, espectador silencioso de nuestras vidas. Vió cómo mis hijos daban sus primeros pasos, cómo celebraban sus sucesivos cumpleaños, las fiestas de Sant Joan en el jardín, las tristezas infinitas que en algún momento nos han acompañado en estos ocho años que hemos compartido...
Y no pude evitar sentirme culpable de acabar con él. No pude seguir mirando. Me retiré, cobarde, sin ni siquiera asistir a su final.

Ahora ya no está dónde siempre. Y le echo de menos...
.
.

2 comentarios:

Tiberio dijo...

Hay veces que tenemos que aprender a dejar cosas atrás. Cuesta mucho (al menos, a mí me cuesta) pero es lo que hay. Viajar ligero de equipaje, parafraseando a Machado.

Jesús M. Landart dijo...

Entiendo tu pesar. Creo que es un buen sentimiento. Viajar ligero está bien, pero el camino es mejor dejarlo frondoso, no esquilmado. Afortunadamente para este tipo de cosas existe redención: siempre puedes plantar otro. No será lo mismo, pero nunca es nada lo mismo.
Besos.

SUS...PIRO

Tanto aire exhalado sin sentido... intentaré hacer algo productivo con él y convertirlo en palabras.